ENRIQUE PRADA, DEL CAMPO A LA FOTOGRAFÍA

Los personajes que pueden encontrarse trabajando en la Plaza de Bolívar tienen historias que vale la pena contar. Es justamente en este lugar donde podemos descubrir testimonios de humildad y arduo trabajo, así lo entendí cuando encontré al fotógrafo que me demostraría que para ejercer una labor simplemente es necesario querer hacerlo, Enrique Prada.

Prada es un hombre de estatura mediana, piel morena, ojos rasgados y manos grandes. De los cuatro o cinco fotógrafos que lo acompañaban en su labor, él era el único que estaba uniformado con un chaleco que lo identificaba como profesional independiente. Cuando lo encontré, también tenía en su mano izquierda unos ‘selfie stick’ que vendía cada uno a $8000, en su mano derecha una serie de estampillas mostrando su trabajo y, colgada a su cuello, una cámara instantánea de medio formato que usa todos los días para tomarle fotos a los visitantes que quieran recordar su paso por el centro de Bogotá y, que pagan $5000 por el servicio que él les brinda.

Sólo bastó acercarme unos cuantos metros a él para que me preguntara cómo estaba y qué necesitaba, mi respuesta fue simple: “necesito hacerle unas preguntas”. Y así, sin dudarlo ni un segundo, accedió a responderlas con una sonrisa en la cara. De sus cincuenta años, Enrique Prada lleva trabajando en Bogotá 24 años y, según me explicó, la causa por la que se vio obligado a migrar desde su pueblo natal cerca a Chaparral (Tolima) a Bogotá, fue el desempleo.

 Fue poco después de La Toma del Palacio de Justicia (6 y 7 de noviembre de 1985) que Prada llegó a la Capital en busca de mejores oportunidades laborales y, a pesar de haber llegado en un momento en el que el Gobierno de Belisario Betancourt no había podido garantizar la seguridad del cuerpo político del Estado, Prada logró establecerse en la ciudad trabajando incesablemente para cubrir el sustento de su diario vivir.

 Al preguntarle por su vida en el Tolima, Prada me comentó que allá todavía está su mamá y una gran parte de su familia que, en general, se dedica al campo. Él mismo afirma que la tierra que posee en el campo no representa una oportunidad de ganancias porque “el trabajo del campo es muy desvalorizado”, ya que lo que cultivaba (entre naranja, mango, piña, guanábana y papaya) no producía el dinero suficiente: “un huacal de fruta puede estar costando $5000, máximo $10.000. Tampoco sirve traerla acá porque, aunque puedan pagar bien, los gastos de transporte son muy altos”. Al respecto, continúo diciendo que, en el Tolima, trabajar arduamente en el campo desde las siete de la mañana hasta las cinco de la tarde vale sólo $25.000.

Antes de vivir en Bogotá Prada había estado trabajando como albañil. Cuando llegó a la capital, gracias a su gran humildad, una familia de ingenieros lo acogió como ayudante, fue así como él después pudo trabajar en Constructora Pijao, lugar en el que estuvo durante cinco años. Gracias a haber trabajado en este lugar, Prada aparte de ser fotógrafo ayuda a cuidar la publicidad que traen a todos los eventos que se realizan en la Plaza de Bolívar, gracias a que cuando trabajó en la constructora se hizo amigo de un señor que actualmente se encarga de la logística de estos eventos.

 Prada inició vendiendo gaseosas y helados cerca al Parque Estadio Olaya Herrera, lugar del que luego se desplazó para trabajar en la Plaza de Bolívar, donde actualmente se desempeña como fotógrafo, título que proviene de un diplomado en la Universidad La Gran Colombia que, aunque no terminó por falta de recursos, le ayudó a establecerse en la profesión. Además, Prada añadió algo indignado que, a pesar de que él como trabajador independiente se sintió apoyado por el Gobierno cuando Enrique Peñalosa fue alcalde por primera vez (1998-2000), ahora sólo le han brindado opciones de estudiar algo en el SENA, pero por su edad él ya no quiere "joder más con eso".

 Prada me contó que su jornada laboral comienza a las ocho de la mañana y termina a las seis de la tarde, horario en el que no siempre logra ganar el suficiente dinero para sus hijos y esposa. De todos modos y,  como continuó explicándome: “Hay que ‘hacerle’, tengo cincuenta años por lo que es muy difícil encontrar empleo sin recomendaciones o experiencia”.

Finalmente, y con cierto pesar, Prada me aseguró que termina siendo más rentable ser un trabajador independiente en Bogotá que estar en el campo cultivando porque, para él, en las zonas rurales no existe seguridad social y, además, hay un abandono por parte del Estado con los campesinos.

Por el momento, Enrique Prada asegura que seguirá trabajando como fotógrafo en la Plaza de Bolívar, pero no descarta la posibilidad de devolverse al campo a hacer lo que él sabe si ve un compromiso por parte del Gobierno con lo que él quiere hacer: sembrar café, algodón, arroz, maíz, trigo, yuca e incluso plátano: “(…) sería ‘bacano’ si le dieran a uno recursos o por lo menos un apoyo de una entidad cualquiera, así sí me devolvería al campo”.

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