CUATRO MÚSICOS DE TRANSMILENIO QUE VALE LA PENA CONOCER


Los que vivimos en Bogotá sabemos que muchas veces no es tan agradable subirse a un TransMilenio. Los malos olores, las aglomeraciones y hasta las goteras son algunos de los problemas de los que se quejan los más de ocho millones de habitantes de esta agitada ciudad. Aceptémoslo, no tenemos el mejor sistema de transporte del mundo. Por esto, escuchar música es la manera en la que muchos de nosotros intentamos mitigar el estrés y la ansiedad que puede generar el subirse a un articulado, pues sólo basta con ponerse los audífonos, darle ‘play’ a esa canción que tanto te gusta y transportarse a lugares que se parecen a todo, menos a un bus rojo.

Sin embargo, muy pocos de nosotros nos damos cuenta del gran escenario musical en el que nos subimos y bajamos más bien con cierta indiferencia. Por este motivo, me di a la tarea de dejar el celular y los auriculares en casa para darme la oportunidad de vivir ese concierto tan variado que nos ofrecen diariamente muchas personas en TransMilenio. Sí, estoy hablando de esos trabajadores informales que, incluso cuando a veces puedan resultar molestos, con su arte nos recuerdan que cualquier viaje es mejor cuando se le pone un poquito de ritmo.

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Era un miércoles entristecido, la mañana estaba gris y yo, desde el momento en el que tomé el alimentador que me lleva normalmente de mi casa a la estación, ya tenía ganas de devolverme a la comodidad de mi habitación. Inicié la jornada tomando un B10 que va desde el Portal de la 80 hasta el Portal Norte, una ruta que para en 16 estaciones y que en general, siempre va muy llena. Afortunadamente -y después de un recorrido de casi 40 minutos-, en la estación de la Calle 100 se subió un hombre y con su interpretación festiva puso a tararear a más de uno al ritmo de su guitarra.

“Decidí hacer esto por una mezcla entre la pasión y la necesidad”, Andrés Felipe Salcedo- 29 años.

Fotografía, Juan José Medina

Andrés llevaba la funda de su guitarra a cuestas, un altavoz mediano con el que reproducía sus pistas y, conectado a este, una guitarra clásica. Cuando empezó su show, como él mismo lo llamó, lo introdujo como un crossover instrumental entre el vallenato, el Bolero y el Son. No mentía, Andrés tocó ‘Yo me llamo cumbia’‘Sabor a mí y ‘Bonita’ y, mientras lo hacía, algunas personas sonreían y otras cuantas miraban a la ventana, como trayendo a la mente recuerdos que bailaban con cada tonada. Pedir aplausos va contra los principios éticos de Andrés: “si me aplauden es porque me lo merezco”, y tampoco es que haya necesitado hacerlo porque cuando terminó, las palmas se juntaron automáticamente.

Andrés es el menor entre sus cuatro hermanas y admite que cuando le dijo a su familia de comerciantes que quería estudiar música se tuvo que independizar económicamente de esta y de los ingresos que recibía por administrar gran parte de la empresa de calzado Kalifa. Es por esta razón que dos años después de estudiar ocho semestres de Música en la Universidad Sergio Arboleda, que pagaba gracias una microempresa que no prosperó lo suficiente, decidió empezar a tocar en los vagones de Transmilenio como un artista independiente. “Siempre tuve una mentalidad autónoma y emprendedora", me contó Andrés, explicándome también que, aunque en este momento no es el orgullo de la familia, no le va mal pues llega a ganar mensualmente hasta $2.000.000.

Normalmente, Andrés trabaja todos los días desde las 9.a.m hasta las 3.p.m en la Troncal Norte y se describe a sí mismo como una persona bastante introvertida, hecho que no ha evitado que sea aceptado por su público. Es amante del jazz, el bossa nova y el bolero, géneros con los cuales espera trabajar siendo compositor y arreglista porque “pese a que la informalidad tiene sus beneficios, yo aquí ya tengo un comparendo”. Finalmente, Andrés me comentó con cierto desagrado que tambíen, aquello que lo impulsa a trabajar en nuevos proyectos es que la gente tiende a confundir al artista con el vendedor ambulante.

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De la Troncal Norte pasé a el Eje Ambiental. Eran las 10: 30.a.m cuando estaba pasando por el túnel que conecta a la Estación de Las Aguas con Universidades. El día ya estaba un poco más soleado y las personas a mi alrededor parecían estar caminando más lento que antes. Y mientras avanzaba por este corredor, un ambiente festivo empezó a reflejarse en la manera de caminar de los transeúntes a mi lado. Volteé a mirar a mi izquierda y un hombre con una camisa azul eléctrica y un casco plateado que no dejaba distinguir ningún detalle de su rostro se estaba robando toda la atención.

“No hay mejor publicidad que tocar en la calle”, Samuel Pineda- 31 años.

Fotografía, Juan José Medina

Samuel tiene una muy interesante explicación para su extrovertida apariencia: “Aparte de la evidente influencia en mi traje del grupo Daft punk, yo me visto así, por un lado para conservar mi anonimato, y para darle a mi publico toda una puesta en escena, mejor dicho, un performance en todo el sentido de la palabra”. Y fue justamente una mezcla entre la canción ‘Get Lucky’ de este grupo estadounidense con apartes de jazz de la autoría de Samuel lo que él estaba tocando antes de nuestra conversación.

Samuel me contó que en junio se graduó de la Universidad Francisco José de Caldas y que actualmente, aparte de ser un artista independiente, también trabaja como docente en algunos colegios del Distrito. Samuel se declara un amante de la música disco, la música colombiana, el jazz y el rock y, aunque la pinta de rockero de Samuel puede hacernos pensar que él solamente es guitarrista eléctrico, la verdad es que él también toca la guitarra acústica, el bajo, la batería, el charango y algo de piano. Es justamente este bagaje cultural lo que ha impulsado a Samuel a trabajar en un disco como guitarrista solista y, a su vez, a componer las pistas que lleva en el gran equipo de sonido que siempre lo acompaña.

Samuel no tiene un horario específico, ni quiere tenerlo; sin embargo, siempre empieza a trabajar en las mañanas y termina cuando se siente muy cansado, cuando recolecta lo suficiente o cuando los ‘tombos’ lo sacan. De todos modos, este particular rolo tiene claro que no quiere ser un artista callejero toda la vida, aun cuando no le esté yendo mal. ¿Cuál es su secreto? “Cuando una persona da es porque recordó o sintió algo por algo que yo toqué”.

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Y unos segundos después de haberme despedido de Samuel, me hallaba inmerso en un ambiente completamente distinto. Ahora lo que estaba oyendo parecía haber salido de una película épica de esas en las que las escenas parecen estar moviéndose en cámara lenta. De repente me encontré con un sonido que le daba cierta elegancia y sobriedad al túnel del que yo ya no quería salir. Fue con la persona más joven con la que había hablado hasta ese momento, en quien encontré el estilo más alejado a lo que muchos de los usuarios de Transmilenio estamos acostumbrados a oír.

“Lo que hago yo, no lo hace nadie en Transmilenio”, Andrés - 21 años.

Fotografía, Juan José Medina

Cuando oí a Andrés-que prefirió no darme su nombre completo-, sentí que la música clásica se estaba mezclando con un ambiente urbano y moderno. Pero no hay que confundirnos, él sólo es violinista: “Mucha gente piensa que los músicos sabemos tocar todos los instrumentos y eso no es cierto. Hay mucha práctica y técnica detrás para poder dominar lo que yo toco”, me corrigió Andrés al preguntarle sobre qué instrumentos tocaba aparte del que estaba en el estuche con el que también recoge el dinero que gana diariamente.

Antes de hablar con Andrés él estaba interpretando dos obras: el Primer movimiento de la primavera y el Tercer Movimiento del concierto en LA menor, ambas del compositor Antonio Vivaldi. Andrés estudia música con maestros particulares, ya que no pudo continuar en la Universidad INCCA por problemas económicos. De ahí que hace tres años haya empezado a trabajar en Transmilenio, además de que también quiere culturizar a la gente acerca de la música clásica, por eso su repertorio cuenta con piezas que abarcan desde el renacimiento hasta el periodo Barroco.

Los días de este joven bogotano se distribuyen estudiando o trabajando, por lo que nunca tiene una rutina establecida. Por eso mismo, para Andrés el dinero nunca fue una prioridad porque como él mismo me explicó, el estigma de que “todos los artistas se mueren de hambre no es cierto”.  Respecto a la respuesta de las personas que lo escuchan, él me contó que generalmente a la gente le gusta mucho lo que hace e incluso hay ciertas personas que lo contratan para eventos; después de todo, “a pesar de que muchos no tengan el conocimiento que yo tengo en música, la gente no es sorda”, me comentó Andrés.

No obstante, Andrés considera que los culpables de que en Colombia no se promueva el arte y la cultura son los gobernantes, por lo que uno de los mensajes que él quiere mostrar con su música es que hay mucho más géneros aparte del reguetón que, si bien respeta, cree que le ha quitado el protagonismo a los géneros autóctonos: “No es lo que yo toco, pero hay que empezar por algún lado ¿no?(…) Además, ¿sabías que en este país también hay música clásica?. Por ejemplo, busca las composiciones de Luis Antonio Calvo”.


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De la Estación de las Aguas llegué a Pradera en la Troncal de las Américas y como ya es normal en esta ciudad, el clima había cambiado de nuevo, ahora estaba nublado, pero hacía mucho calor. No es tan común encontrar duetos en un articulado, por un lado, esto se debe al espacio y por otro, a que en estos casos el dinero recogido tiene que ser dividido en dos, al menos así me lo explicaron ellos…

“En el mundo del arte hay pocas camas, pero estamos seguros de que una es de nosotros”. Andrés Cartagena y ‘Luza tu cantante favorito’-  21 y 20 años.

Fotografía, Juan José Medina

Andrés Cartagena y Luzardo Santana -o como prefiere que lo llamen ‘Luza tu cantante favorito’- se conocieron hace cinco meses y desde entonces ambos han trabajado juntos en Transmilenio. Ambos son de la costa y a diferencia de los anteriores artistas con los que hablé, ellos no se suben a Transmilenio porque quieren sino porque “les toca”. Las historias de cada uno individualmente son muy diferentes, Andrés C. estudió hasta sexto semestre actuación en la Institución Universitaria Bellas Artes y Ciencias de Bolívar y Luzardo empezó a cantar desde los 11 años en su natal Guajira; de todos modos, y como ellos me reiteraron en varias ocasiones, ahora “ambos más que ser amigos son como hermanos”.

 

Cuando los encontré cantaron dos canciones que posiblemente muchos de nosotros reconozcamos sólo por el nombre: ‘Prometo olvidarte’ de Tony Dize y ‘Te fuiste de aquí’ de Reik. Este dueto se desenvuelve principalmente cantando reguetón, pop, tropipop y baladas y, pese a que ellos están seguros de su vocación de artistas, esperan encontrar otro medio de trabajo en el que sientan que su música sea más apreciada. Además, me contaron que, aunque $1.500.000 -que es lo que ambos pueden recaudar en un mes de trabajo- puede parecer mucho, sólo les alcanza para cubrir sus necesidades básicas. Por otro lado, Luzardo también tiene una agrupación musical llamada ‘La Nueva Nota’, en la que Andrés C. trabaja en la parte de publicidad y con la que esperan desarrollar un disco en los próximos meses.

Cuando les pregunté acerca de la razón por la que se vinieron a Bogotá, ambos me contaron con cierta tristeza que la capital es el único lugar en el que creen que pueden desarrollarse como artistas, aún cuando de manera pesimista afirman que se han sentido excluidos por ser de otra región: “incluso algunas veces por nuestro acento, las personas piensan que somos de Venezuela y nos insultan por eso”.

Luzardo y Andrés C. sonriendo un poco, concluyeron contándome que a pesar de que extrañan a sus familias y que estas les han pedido que se devuelvan con ellos, ambos creen que es mejor saber que lo están intentando. Y manteniendo ese lado optimista que salió a relucir al final se despidieron, no sin antes advertirme que “nos íbamos a volver a encontrar”.

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Me devolví a mi casa en hora pico, aliviado de haberme podido dar la oportunidad de encontrar testimonios de trabajo duro y pasión que me hicieron comprender que detrás de una canción o una obra bien interpretada, siempre hay historias que merecen ser contadas.

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